Esta semana hemos recibido con profundo dolor (pero con esperanzas) la noticia de la partida de la Hna Francisca Morales "panchita" y de la Hna Diane de Wouters, ambas profundas luchadoras de los Derechos Humanos y de la dignidad de los más desamparados.
“Panchita” acompañó y ayudó a muchas mujeres víctimas de la represión de la dictadura. Hasta su último aliento realizó trabajo social y acompañamiento espiritual en diversas poblaciones de la perisferia de Santiago.
Con una mirada amplia de la realidad eclesial, teniendo sólo 23 años ingresó a la Congregación del Amor Misericordioso, adoptando el nombre de María Francisca de la Resurrección. No era ésta una elección al azar, puesto que se trataba de una comunidad religiosa fundada en Chile en 1926, dirigida inicialmente a la acogida de “jóvenes madres solteras” y jóvenes prostitutas que querían conservar la vida que gestaban en su seno y que no encontraban misericordia en la sociedad chilena ni en la Iglesia institucional para conservar y enfrentar la vida propia y de sus hijos con dignidad y esperanza.
Desde la Congregación del Amor Misericordioso, nació el “Refugio de la Misericordia”, a lo que siguieron la “Olla del pobre” en épocas de hambruna como lo fue la crisis del salitre. Más tarde, ya con la presencia de Francisca y otras religiosas santas y valientes como fueron Elena Chaín y Blanca Rengifo, nacieron las “Ollas comunes” durante la dictadura militar-empresarial a partir de 1973, uniéndose también a la lucha de resistencia a la represión y por el retorno a la democracia. La comunidad religiosa de la hermana Francisca ha sido una materialización del “catolicismo social” del tiempo del arzobispo Crescente Errázuriz y luego del cardenal Raúl Silva Henríquez, siendo pionera en la inserción de religiosas en sectores populares y en la pastoral de la solidaridad, abriendo surcos a las directrices del Concilio Vaticano II (1962-1965) y de la Segunda Conferencia General del Episcopado Latinoamericano (Medellín, 1968).
Siendo Superiora General de su congregación (1976-1985), Francisca alentó el espíritu de renovación de la Iglesia Católica y de la liberación del pueblo chileno. Así lo enfatizó al afirmar que “la vuelta a las fuentes nos ha permitido rescatar lo sustancial de nuestro carisma original, recuperando su dinamismo positivo, en su docilidad al Espíritu e ir recorriendo nuevos caminos de inserción en la Iglesia local, en medio de nuestro pueblo y a su servicio”. En este espíritu, las religiosas (y Francisca entre ellas), fueron primero a vivir a una población en Pudahuel. El entonces vicario zonal, obispo Fernando Ariztía, les señaló: “no hagan nada más que escuchar y aprender”. Francisca siguió ese consejo, lo que la llevó más tarde a afirmar que “descubrí mi vocación en la escuela de los pobres”. Esto, porque al conocer a los pobladores, constató que las casas de las religiosas, tal como indicaba el Concilio Vaticano II, debían ser abiertas y lugares donde los pobres se sintieran acogidos, donde incluso el hábito religioso debía dejar de ser una barrera que les separara del pueblo.
A Pudahuel continuaron las experiencias de inserción de comunidades en las poblaciones Neptuno, El Montijo, Peñalolén, Malaquías Concha, así como en sectores rurales como Talagante, Navidad, Pomaire, Batuco y en lugares de provincia como Arica y La Serena. Allí, dijo Francisca, “aprendimos a leer la historia como historia de la salvación. A compartir con gente que avanza hacia el Reino y que no tiene explícitamente nuestra fe. (…) En contacto con los pobladores aprendí a descubrir la presencia de Dios en cada detalle de mi vida. Aprendí, como los pobres, a agradecer y a confiar en la Providencia de Dios”.
Diane de Wouters, fue durante 20 años la secretaria general del Collectif d’accueil des Réfugies du Chili, el COLARCH. Nació con ese nombre, pero fue la estructura de acogida solidaria de los refugiados de América Latina. Diane dedicó su vida a la solidaridad.
Diane de Wouters trabajaba en la Agencia General de la Cooperación al Desarrollo, la AGCD, cuando la opinión pública belga fue vivamente conmovida por los golpes de Estado en Uruguay y Chile, en 1973, y en Argentina, en 1976. La reacción fue una impresionante ola de solidaridad con los pueblos oprimidos, y también con los refugiados que comienzan a llegar a Bélgica.
Gran parte de la ayuda solidaria es canalizada por el COLARCH. El colectivo nace a principios de 1975, como resultado de la decisión de 12 organizaciones de coordinar sus esfuerzos. Estas organizaciones confiaron la gestión cotidiana a Diane de Wouters quien asume su secretaria general, ad honorem. El COLARCH va a administrar 1.100 visas a prisioneros, más otras 150 visas llamada “de protección” para hacer presión para liberar a los prisioneros.
En una carta de la comunidad chilena y latinoamericana de amigos y exiliados en Bélgica enviada a Bruselas y leída en el funeral de Diane, la recordaron como mujer de gran tesón y carácter, solidaria, de convicciones firmes, comprometida con las causas por los derechos humanos, por la igualdad y la justicia social. “Es allí en su accionar, donde se plasmaba su profunda fe cristiana, de la cual se sentía honrada y orgullosa”, señalaron en la misiva.
La llegada de Diana a los distintos países de Latinoamérica marcaba la diferencia entre la muerte, la opresión y la vida.
En Chile, el año 1999, se hizo merecedora de un reconocimiento especial, la Orden al Mérito Bernardo O’Higgins, por toda su labor de consecuencia y perseverancia inquebrantable por la Verdad y la Justicia.
Fuentes:El Ciudadano/Prensa Opal
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